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  • Foto del escritorJuan David Pérez

El pueblo que el olvido enfermó

Actualizado: 24 feb

Jordán Sube, ubicado en medio la cruel presencia del Chicamocha, fue alguna vez un pueblo con dinero y reconocimiento. Pero por culpa del tiempo y su injusto avanzar, cayó en el abandono y se perdió entre las montañas. Este reportaje busca dar respuesta a esta desolada situación.


Por Juan David Pérez.

El principal, y único, atractivo turístico de Jordán —una creación arquitectónica sin visitantes—, de este municipio perdido entre las crueles montañas de El Cañón del Chicamocha, recibió un bautizo alemán. Su nombre, el Puente Lengerke. Del admiradísimo por todos los santandereanos, el europeo, aleman y burgués Geo Von Lengerke, cuyo puente cumplió su objetivo: hizo que Jordán Sube cruzara el río de la abundancia, para llegar a las costas de la prosperidad.



El Puente Lengerke


Lucró a la Gobernación y al Estado. “Este fue el primer puente que se cobró peaje en el país”, cuenta el señor Agustín Quiñones, “El doctor”, como le llaman los pocos cuerpos que transitan por Jordán. “Se cobraba por persona y por bestias”, concluye. Durante algo más de 36 años, el municipio vivió en el mayor de los acomodos. Pero las carreteras aparecieron —advierte Quiñones—. Y los vehículos también. Los burros vieron inocuo al Lengerke. Entonces Jordán comenzó a sentir los dolores de la soledad. Y, desde esa época imprevista, ciento veintitrés años después, no ha sabido recuperarse.


Las cicatrices del olvido están presentes. Jordán, ahora, es un conjunto de casas abandonadas, de aquejadas grietas y columpios oxidados. Según el último censo del DANE de 2018, el municipio cuenta con 54 habitantes en su casco urbano. En otras palabras: la urbanidad menos poblada del país. La mayoría de sus pobladores viven en las zonas rurales. Y no parece que hubieran nacido muchos más. Al menos no en Jordán. Porque no tienen hospital. Solo un centro médico, que ocupa una auxiliar de enfermería y funciona de droguería y cuarto para dormir.


"Pero las carreteras aparecieron. (...) Entonces Jordán comenzó a padecer los dolores de la soledad".

Tampoco existen los bancos ni las tiendas de ropa. Mucho menos, una plaza de mercado. Acaso el edificio de la Alcaldía, donde el alcalde no suele permanecer, de modo que la señora Isabel, secretaria de Gobierno de Jordán —quien, para efectos de este reportaje, se deseó realizarle una entrevista, pero denegó la solicitud— lo suple en sus funciones…


Hay una iglesia con escasos feligreses, la cual, no mucho tiempo atrás, contaba sin un padre que amparara los espíritus de la población. “Jordán, desde 1912…, 1912 —insiste—, no tenía sacerdote”, menciona Agustín. La enfermedad se llevó, incluso, a los curas, y dejaron que las almas del purgatorio vagaran sin rezos y plegarias. “Hace diez años, llegó uno. Podemos decir que duró cien años sin sacerdote”.


La huida parroquial tiene una explicación, que se agarra de la mano con el olvido. Son ellos dos una unión que se convierte en decadencia. “La primera carretera que hicieron por Zapatoca, la primera carretera que llegó a Santander, le quitó todo el protagonismo a Jordán”. E, inevitablemente, los sacerdotes se fueron y los aristócratas y los arrieros. El pavimento, atrévase esta afirmación, y la llegada de los vehículos en ese virgen siglo XX arrasaron por completo con Jordán. Y el tiempo fue capaz de matar, como a cualquier humano, una aldea proba, y la convirtió en un pueblo fantasma.


El hecho de que Jordán, a pesar de su casi absoluta carencia de personas, pueda aún llamársele como un municipio de Colombia, y no corregimiento o centro poblado, es por el expresidente Rafael Urdaneta Arbeláez. Él, quizás, ha mantenido a Sube en el mapa, con la ley del 30 de noviembre de 1830, que confería al lugar la calidad de municipio. Ya por las primeras décadas del siglo XX, luego de una centuria, la Asamblea de Santander ratificó la sanción de Arbeláez, y le antepuso el nombre de Jordán, de pronto recordando aquella ausencia israelita de catolicismo. En todo caso, es esta ley el orgullo de muchos jordanenses, y la única esperanza de salir a flote, por ventura.



***


Jordán ahora


El municipio se sabe en una semana dicotómica. Sobre depresiones llenas de ensimismamiento y pequeños resquicios de ánimo. Los domingos, acaso por esa suerte de día santo y de descanso, ven en sus 24 horas una considerable cantidad, para las expectativas jordanenses, de turistas universales. De acuerdo con la “Posada del caminante”, el único hospedaje en el municipio, de apenas ocho habitaciones, se encuentran datos, en una hoja mullida, de franceses, holandeses, canadienses y alemanes. “De vez en cuando baja gentecita por acá, turistas”, menciona un aislado transeúnte del municipio. Pero la mayoría son ellos, nada más, los que se animan a visitar el pueblo. Cruzan el Lengerke, descansan una hora o un par, y continúan su camino. Pocas veces se quedan. Es Jordán, más bien, un hogar de paso. Así logra la supervivencia. Acepta que no será un hogar, un gran centro de viviendas.



"La posada del Caminante", el único hospedaje de Jordán.


Las viviendas, como se dijo en un principio, se encuentran metros arriba del río, en la zona rural. Allí es donde surge el dinero. “Ha tenido cierta importancia el cultivo del tabaco negro, que se exporta para Venezuela. Ese es un buen ingreso”, cuenta Agustín Quiñones. Ese es el ingreso primario. Luego iría el limón. Pero a través de la trocha que lleva a Jordán, de ese camino colorado, lento y andrajoso, se puede vislumbrar, a cualquier mano a la que la vista se dirija, , la abundancia verdosa de la planta del tabaco. “La gente vive de eso. Los muchachos cultivan 2000-3000 plantas de tabaco. Y les quedan diez millones o así”, concluye.



Los cultivos de tabaco por la trocha que da a Jordán.


De modo que han sido el tabaco y el turismo los salvavidas para los jordanenses. De eso vive el municipio. Es una zona de agricultura incipiente y con una bomba de turismo aún a la espera de ser explotada. Aquella empresa necesita de tiempo. Pero Jordán sabe muy bien el significado de paciencia, y le importará poco si tal bonanza pueda durar, acaso, una década en llegar.


***


El centro médico de Jordán suele permanecer cerrado —a pesar de que la última hora de atención no haya sido consumada— para conservar la ventisca que provee el aire acondicionado que yace colgado en una de las paredes del purísimo consultorio de Leidy Patricia Jaimes, la solitaria auxiliar de enfermería del lugar, quien muy difícilmente cumple con su misión, pues casi nadie acude por sus servicios.


“Cuando más se ve gente es el jueves —menciona Leidy—, que es cuando se hacen las jornadas de salud, que baja el médico del hospital de Aratoca (el Juan Pablo II) y se le pone la agenda para que los pacientes puedan venir a sus citas médicas”. Se acostumbra a contar con el pensamiento de la medicina como verdadero oficio del ajetreo, en el que el doctor debe viajar entre las habitaciones, entre las camillas y los quirófanos. Pero Jordán destruye esa idea preconcebida. Porque nadie espera en la sala de espera. Excepto los jueves, por supuesto. Así que hasta en las áreas donde más trabajo podría haber, donde más podría estar la mente ocupada, no hay otra cosa que aburrimiento y desidia.


***


Se puede bajar al Río Chicamocha pasando por un camino empedrado. Desde allí se siente la quietud de un pueblo que parece deshabitado. Se siente el rumoreo de las aguas que jamás podrán bañar dos veces a la misma persona, ni chocar dos veces a la misma piedra. Y la derecha, tal vez, si se observa desde la misma perspectiva, estará la figura lejana del Lengerke, la atracción principal de Jordán que logró por fin, en un domingo animado, sentirse tambaleado por el peso nimio de una pareja de turistas santandereanos, quienes de pronto llegaron, sin temor a perder el dinero, en busca de un refresco para combatir el calor. De manera que Sube consiguió habitantes y así, poco a poco, ser reconocido como el pueblo próspero que fue en algún momento dado, y que ahora busca regresar a esas andadas de leyenda y reminiscencias.

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